Por Juana Vázquez: Hace unas semanas, la Real Academia de la Lengua Española (RAE) hizo de «puente entre el siglo XVII y el XXI poniendo al mejor Cervantes al alcance de la mastondóntica plataforma audiovisual de Google», como informó este periódico. Sin embargo, la RAE, en muchos otros aspectos fundamentales, no ha entrado todavía en el siglo XXI ni ha hecho ese puente entre el pasado, el presente y el futuro.
EN TRES SIGLOS, SOLO SIETE MUJERES, CON PUÉRTOLAS, SE HAN SENTADO EN LA RAE: Solo siete mujeres, frente a más de 1.000 hombres, se han sentado, o se van a sentar próximamente, en uno de los 46 sillones de los que consta la RAE desde su fundación en 1713. La fallecida Carmen Conde (1979) fue la primera mujer académica. Habían tenido que pasar casi tres siglos para que ingresara una fémina en esta docta casa. Le siguieron la también fallecida Elena Quiroga (1983), Ana María Matute (1996), la historiadora Carmen Iglesias (2001), la científica Margarita Salas (2002), y la filóloga Inés Fernández Ordóñez (2008), electa. La escritora Soledad Puértolas (2010), que, previsiblemente, leerá mañana su discurso de ingreso, sobre los personajes secundarios de El Quijote, será la mujer número siete en ingresar en tan venerable institución.
Cada vez que he asistido en estos últimos años a algún discurso de ingreso de un nuevo miembro en la Real Academia Española, este panorama tan anacrónico e incomprensible me ha producido una impresión esperpéntica. En el estrado de tan digna institución, prácticamente solo había hombres, alrededor de una cuarentena, los «sabios académicos», y tan solo tres mujeres: Ana María Matute, Carmen Iglesias y Margarita Salas. Algo insólito en estos tiempos, en que la mujer ha alcanzado, o está a punto de alcanzar -por lo menos en las instituciones públicas- su igualdad con el hombre en todos los tramos del poder. En definitiva, de ser tanto unos como otros, personas sin más etiquetas ni discriminaciones.
Y es que la modernidad no ha llegado todavía a la Real Academia. Y aunque en este periódico se leía hace unas semanas -en el reportaje al que aludí al principio- que «Víctor García de la Concha -su director- es el hombre que ha pilotado el aterrizaje del español en la procelosa revolución digital», no puede decirse lo mismo en cuestión de pilotar la revolución más esencial: la de la igualdad entre hombres y mujeres. Y digo la más esencial, puesto que la desigualdad es escandalosa.
Quizá es que las mujeres «seguimos siendo invisibles», como respondía la académica electa Soledad Puértolas en una de las entrevistas que le hicieron cuando ingresó en la institución, concretamente la que le hizo Emma Rodríguez en El Mundo del 29 de enero de 2010. Ante una pregunta de la entrevistadora refiriéndose a la RAE, Puértolas contestó: «Lo que sucedió en el pasado es comprensible, pero ¿cómo se explica la apabullante inferioridad numérica de mujeres en 2010?». Pues eso.
Al parecer no hay filólogas, ni escritoras, ni investigadoras, ni filósofas o científicas del lenguaje con conocimientos y categoría semejantes a los de los académicos. Será mejor no citar nombres, pero a nadie se le escapa que mientras disfrutan de un sillón algunos que apenas han dejado huella en el noble arte de la palabra, o esta es magra, muchas mujeres sabias no lo alcanzan y algunas ya nunca lo alcanzarán. Se pueden recordar, de entre ellas, a unas cuantas: Pardo Bazán, María Moliner, Rosa Chacel, María Zambrano, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, etcétera.
En definitiva, esta desconexión de la Real Academia con los tiempos que corren la paga toda la sociedad española, que recibe una proyección de lo humano cercenada. Pues se nos hurta la particular mirada de la mujer sobre la compleja realidad actual, lo que deja a oscuras ciertas zonas de nuestro mundo: cierta sensibilidad, ciertas emociones, ciertas vivencias, ciertas sensaciones, empobreciendo por esta ausencia de lo femenino la labor que lleva a cabo dicha institución. En realidad, esta situación consiste en dejar fuera de la RAE a la mitad de la población, con su mundo y conocimientos particulares.
Para terminar, yo diría que algunos académicos de excelencia, e incluso simplemente con sentido común y conocimiento de la institución donde están integrados y de la sociedad en la que viven -año 2010-, ante esta situación tan desoladora, deberían actuar como parece ser que lo hizo nuestro ilustre escritor Julio Caro Baroja, que después de ver el panorama que ofrecía la Academia por dentro, una vez hecho el discurso de entrada, pidió rápidamente a quien correspondiera que, por favor, se le asignara cuanto antes un día para leer su discurso de salida. Es una anécdota, y eran otros tiempos, pero…
En fin, para ir acomodando la RAE al siglo XXI, propongo que los dos sillones vacantes, que se han de cubrir muy pronto («Z» de Francisco Ayala, y «e» de Miguel Delibes) lo sean por dos mujeres. Adelanto dos nombres, sabiendo que es arriesgado, pues hay tantas: Clara Janés y Adela Cortina.
Y piénsenlo un poco, señores académicos, aún seguiría rota la mirada de Eva en su institución, por decirlo de forma poética y no con la fría estadística que hace más sangre. Juana Vázquez es catedrática de Lengua y Literatura y escritora.