El 22 de agosto de 1.951, el pueblo masivamente se reunió en la Plaza de la República, donde se había montado un inmenso palco, para pedirle a Evita que aceptara la candidatura a la vicepresidencia. El acto había sido convocado por la Confederación General del Trabajo para proclamar la Fórmula de la Patria Perón-Evita. El pueblo interrumpía al orador Espejo representante de la C.G.T. y no le dejaba hablar reclamando en la plaza la presencia de Evita. Alrededor de las 18:00 horas Perón es advertido en el palco de la presencia de su esposa. Los funcionarios, dirigentes políticos y gremiales que se encontraban junto a él, dejaron paso a Evita, y cuando la *masa organizada le vio allí paradita, casi sorpresivamente,
estalló en el grito más estruendoso de la historia, como si una explosión de júbilo fuese posible para elevarla a los cielos buscando a Dios y ponerle de su parte.
Parece que al grito de «Evita», «Evita», el tiempo no le ha puesto límites. Eva mira a Perón que se encuentra tremendamente conmovido. Él la observa con ternura y admiración por ese acto extraordinario de entrega. Evita está flaquita y muy pálida. Llora. Mira para un lado y otro la extensa avenida y sólo se ven almas humanas, hombres y mujeres con los brazos en alto que corean su nombre.
No es desatinado pensar que Evita va a desfallecer. Aquel espectáculo no se puede resistir con la humanidad del ser, parece salido del contexto normal de la vida.
Como si fuese un trueque, Evita ha cambiado su palidez por un rosado fuego y levanta sus brazos, cual si hubiese superado toda dolencia, como si el mejor calmante lo inyectase ese pueblo a quién amaba entrañablemente.
Ese día, conocido históricamente con el nombre de Cabildo Abierto del 22, y ante el reclamo de su pueblo, Evita improvisó un emotivo y encendido mensaje, dando muestras de que sabía perfectamente lo que allí estaba pasando, y en la forma clásica de relación con los trabajadores, dijo lo siguiente:
Hoy, mi General, en este Cabildo del Justicialismo, el pueblo, como en 1.810, preguntó que quería saber de qué se trata. Ese es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores que están presentes porque han tomado el porvenir en sus manos y saben que la justicia y la libertad la impondrá únicamente teniendo al General Perón dirigiendo a la Nación. -La multitud allí reunida responde «Con Evita, con Evita»-.
Ellos saben bien que antes del General Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas habían perdido las esperanzas de un futuro mejor.
Que fue el General Perón quien dignificó social, moral y espiritualmente. Y saben que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria todavía no están derrotados. Desde sus guaridas asquerosas atentan contra el pueblo y contra la libertad.
Por eso, porque yo siempre tuve en el General Perón mi maestro y mi amigo y porque él siempre me dio el ejemplo de su lealtad acrisolada y la fe a los trabajadores, es que todos estos años de mi vida he dedicado las noches y los días a atender a los humildes de la patria, sin importarme ni los días ni las noches ni los sacrificios, mientras ellos, los entreguistas, los mediocres y los cobardes, de noche tramaban la intriga y la infamia del día siguiente.
Yo, una humilde mujer, no pensaba en nada ni en nadie, sino en los dolores que tenía que liquidar y consolar en nombre de vos, mi General, porque sé el cariño entrañable que sentías por los descamisados que el 17 de octubre de 1.945 me entregaron la vida, la luz, el alma y el corazón al entregarme al General.
Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino. Yo no soy más que una mujer de esta bella patria, pero descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo quieran más a Perón, y para ser un puente de paz entre el General Perón y los descamisados de la patria.
No me interesó jamás la injuria ni la calumnia cuando se desataron las lenguas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegré íntimamente porque serví a mi pueblo y a mi General. Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo que así como hace cinco años he dicho que prefería ser Evita antes que la mujer del Presidente, si ese Evita era para aliviar algún dolor de mi patria, ahora digo que sigo prefiriendo ser Evita.
«Yo, mi General, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados, te proclamo, antes que el pueblo vote el 11 de noviembre, Presidente de todos los argentinos. La Patria está salvada porque la gobierna el General Perón.»
El discurso no se interrumpe. A continuación se destaca entre comillas los textos que dan lugar a un diálogo con el pueblo que le reclama que acepte el cargo. Se aprecia cómo Evita intenta disuadir de sus pretensiones a los presentes allí reunidos, y al final, encuentra una salida proponiendo una especie de tregua para su respuesta última, ya que la situación en la plaza comenzaba a hacerse difícil por la intransigencia de los sindicatos que no estaban dispuestos a escuchar una respuesta negativa.
«Yo les pido, a la Confederación General del Trabajo y a ustedes, por el cariño que nos profesamos mutuamente, que para una decisión trascendental en la vida de esta humilde mujer, me den por lo menos cuatro días.»
«Compañeros, … compañeras: Yo no renuncio a mi puesto de lucha. Yo renuncio a los honores.»
«Yo haré, finalmente, lo que decida el pueblo.» -Un aplauso ensordecedor embarga la plaza-.
«Ustedes creen que si el puesto de vicepresidenta fuera un cargo y yo hubiera sido una solución, no habría contestado ya que sí?»
«Compañeros, por el cariño que nos une, les pido por favor que no me hagan hacer lo que no quiero hacer. Se lo pido a ustedes como amiga, como compañera. Les pido que se desconcentren.»
«Compañeros …¿Cuándo Evita los ha defraudado? ¿Cuándo Evita no ha hecho lo que ustedes desean? Yo les pido una cosa, esperen a mañana.»
El palco se llenó de incertidumbre. El gremialista Espejo, en un intento por superar el difícil momento, toma el micrófono y dice que «la compañera nos ha pedido dos horas de espera». Por último, Evita, dirigiéndose nuevamente al pueblo expresó la clave de una estrategia pero nadie lo entendió cuando dijo:
«Esto me toma de sorpresa. Jamás en mi corazón de humilde mujer argentina pensé que podía aceptar ese puesto. Les pido un tiempo para anunciar mi decisión a todo el país».
Previo a las últimas palabras de Evita, Espejo había anunciado que no se moverían de allí hasta que no obtuviesen una respuesta favorable. La multitud, medio confusa, sin entender la conclusión del acto, se retiraba a regañadientes hilvanando una doble lectura. La respuesta iba a conocerse nueve días después.
**Mucho se ha dicho sobre los sucesos de aquella jornada que tuvo en ascuas a la oligarquía que vivió los días más tensos de su historia. Jornada de diez días que se hicieron interminables, cuya duración se extendió entre el 22 y 31 de agosto.
Mucho se dijo, tanto, que se han llenado bibliotecas con las más variadas opiniones. Parecería que todos tienen el dato preciso, la verdad a flor de labios. ¿Todos los opinantes estuvieron en el balcón?
La historia que se escribe a veces tiene esas cosas, sobre todo cuando a la «historia» que se produce en un determinado momento de la historia, se la pretende escribir como historia cuando es presente…
Seguro vamos a equivocarnos en la consideración de los hechos que ocurrieron porque, además de la pretensión de querer contarlos como sucedieron, existe siempre la tentación de adosarle la opinión relativa -que siempre será subjetiva- con la intencionalidad de que la misma sea objetiva.
Aun cuando los tiempos modernos registran paso a paso hasta la intimidad de los hechos, el riesgo de equivocarse en la apreciación política de un determinado hecho de la historia es todavía mayor.
A esto debemos agregar que hubo escritores bien intencionados, lo que no garantiza la objetividad del relato. Los hubo también desde la oposición con una visión subjetiva; interesados de adentro y de afuera del país, afanosos por torcer una realidad que no convenía a sus intereses presentarla como posiblemente ocurrió.
Y en ello se debe incluir las distintas parcialidades que se expresaron dentro y fuera de contexto respecto de una historia grande.
No fue una historia sin historia, fue la historia que transformó en el siglo XX la República Argentina, que tuvo un Líder con una visión *cosmogónica del mundo, acompañado por una mujer también Líder pero que fue compatible con la Conducción, por ello pudo coexistir en el mismo ámbito y participar de la misma realización, en una misma época.
El análisis político que pretenden hacer algunos periodistas, «opinólogos» y a veces, aquellos «historiadotes» que dicen haber escrito una historia, no tiene validez alguna -en ese sentido- más allá de reflejar la anécdota sobre un hecho que alguna vez ocurrió.
Y es válido tomarlo así, pero jamás podemos aceptarlo como un análisis político, porque esto, no es dable para cualquiera aunque muchos se aventuren a hacerlo, a partir, incluso, de la libertad que cada uno tiene para decir cosas.
Ocurre que en la opinión que ni siquiera es doxa, cuando abunda porque el tema da para la abundancia, atenta contra el lector o el escucha de buena fe, porque la simple opinión de un escritor forma conciencias, y si éstas son inducidas con aviesa intencionalidad o porque se carece de sentido común, más reprochable aún, porque no habría diferencia si al mismo tema que es delicado porque tiene que ver con la vida, se lo traslada para su tratamiento a los repetidos «programas jocosos» de la televisión argentina, otorgándole un trato que no corresponde.
Cuando decimos que tiene que ver con la vida nos estamos refiriendo a ese marco sagrado en la existencia de las personas, donde la clarividencia de los hombres que predican, proponen caminos correctos en el tránsito hacia los altos fines de las sociedades, para que sean capaces de vislumbrar en la proyección al bien común y la felicidad de la gente, el valor fundante de la Justicia. Lucheyvuelve.