“Busco que el actor tenga el placer del juego”
Por Natalia Pascuariello
La directora explica la lógica de ¡Jettatore!, el clásico de Laferrère que se repone el 6, 7 y 8 de febrero en El Galpón de la Escalera. Ingenio y estupidez humana como temas que posibilitan la búsqueda poética del actor y provocan humor en el espectador. A Maribel Bordenave, la directora de ¡Jettatore!, el vodevil de Gregorio de Laferrère (1876 -1913), que se estrenó en enero y que tuvo dos funciones a sala llena durante el 9º Teatrazo, la frase “Estás trabajando con un clásico” se le repetía como un mantra. Pero contra el rigor a la hora de abordar el texto de 1904, se le impuso la búsqueda de la mirada singular de esta versión que se repone el 6, 7 y 8 de febrero en El Galpón de La Escalera. La trama se desarrolla a partir del conflicto de Don Lucas (Carlos María Ríos), al que dos enamorados (Lucía y Carlos, interpretados por Anita Simonovich y Santiago Lafosse) le hacen fama de “yeta” para impedir que la madre de ella, Doña Camila (Patricia Palacio), lleve adelante la propuesta matrimonial. En la mentira, colaboran Enrique (Daniel Klas), que simula ser médico para darle aval científico a la “jettatura” y la criada de la casa: Ángela (Sarita Roccato). “¡Jettatore! toma de manera irónica los rumores que manejan el mundo. Cuando un rumor empieza a crecer, uno termina sin saber si es real o no. Creo que eso sucede en la actualidad con los medios de comunicación que manipulan la información y terminan haciendo que una sociedad crea una determinada cosa,” explica Bordenave.
Formada como Actriz en la Escuela Superior de Bellas Artes de Neuquén en 1999, reconoce como sus Maestros al actor y director de El Galpón de La Escalera, Carlos María Ríos (su pareja, con quien lleva una dupla artística de 20 años), al grupo de jóvenes “Metamorfosis” (con el cual experimentó la pasión por enseñar) y al director teatral Alberto Félix Alberto. ¡Jettatore! es la quinta obra en la que trabaja como directora. Ya en Acuerdo para cambiar de casa (2003) de Griselda Gambaro; Llame ya (2006), de su autoría; Sueños desiertos (2010), versión de La isla desierta de Roberto Arlt y El Médico a palos (Ensayo general) (2013), adaptación de la obra de Moliére (las dos últimas interpretadas por el Elenco Juvenil de La Escalera), demostró versatilidad estética y un fuerte compromiso ético con la actividad.
Tu primer contacto con ¡Jettatore! fue en la Universidad ¿Cuánto cambió tu lectura de la obra desde ese momento hasta hoy?
Cuando la leí en ese momento, la vi como algo histórico, lejano, que no me repercutía. Hace cuatro años volví a leerla y encontré algo que me resultó atractivo. Hace dos años volví nuevamente sobre el material y encontré una comedia maravillosa. La comedia es un género que me seduce sólo si veo una posibilidad de trabajo actoral intenso, de investigación y de generar humor a partir de la poética de la actuación. También la temática de la “yeta” es algo que me divierte mucho.
El teatro tiene muchas supersticiones, como el color amarillo y la mencionar a “la que se arrastra”. ¿Qué opinás de la superstición?
Soy muy supersticiosa. Me divierto desde chica con eso. Ahora con el Teatrazo, estamos todos mirando que no se caiga el salero. También porque somos muy ritualistas dentro del teatro. La del amarillo no me gusta y por eso cuando versioné El médico a palos, de Moliére, resignifiqué el tema con un paraguas amarillo y ropa del mismo color. De hecho, el personaje que hago en El soplador de estrellas está vestido de amarillo.
Tu primer trabajo como directora (2003) fue con Acuerdo para cambiar de casa (1971), de Griselda Gambaro, una obra de teatro contemporánea. ¿Qué sentiste a la hora de abordar un texto clásico?
Tomar un clásico te da una responsabilidad muy grande. Por un lado, uno quiere ser fiel en algunas cosas pero también quiere encontrar su singularidad. Y el humor absurdo me gusta mucho: Los tres chiflados, el Superagente 86, Chaplin. Soy una creadora que está muy lejos del Naturalismo y ¡Jettatore! es realista. Pero me interesaba el desafío de poder poetizar la actuación y el espacio. Entonces propuse a los actores el juego de que no sólo esté la comedia de puertas, sino que también estén los espacios que se abren, los cuadros que se pueden sacar, las trampas de los apliques de la pared. Esto permitía registrar lo que sucedía, intervenir con algún actor que esté en escena y que a la vez éste sea intervenido por la mirada del otro. Acuerdo para cambiar de casa la dirigí desde una instancia de formación de alumnos. Fue el primer grupo de jóvenes que me hizo descubrir que siento una gran pasión por formar y con ellos encontré en la dirección un área de exploración y disfrute.
¿Cómo definís el trabajo de la dirección teatral?
El gran trabajo es generar un universo para la creación del actor, las condiciones para que sienta la libertad de poder ir en búsqueda de su poética y no intelectualizar su trabajo. Que sienta que puede entregarse libremente, buscar, investigar y no estar poniéndose frenos. Que sienta la tranquilidad de que el director está atento a que haya una red y una construcción creciendo. E ir estando muy perceptivo de lo que impulsa a cada actor que no es matemático. Cada actor es un universo y uno tiene que ayudar a potenciar a ese actor y después a esos actores en conjunto. Es apasionante y es una mirada muy grande, de muchas cosas a la vez. Es muy lindo porque cada espectáculo empieza a crear lógicas propias. Y eso es lo que me interesa ir generando. No lógicas cotidianas. Me parece que el arte no tiene que reproducir la realidad. Uno tiene que estar muy conectado con lo que sucede en la vida, con los hombres y las mujeres en su accionar cotidiano, pero tiene que crear una realidad ficcional. Para mí, el arte no puede ser fotográfico. Hay que crear una nueva poética. Es apasionante cómo uno va viendo el proceso creativo y de repente está perdido y no entiende por qué. Pero decís: “Ahí hay algo atractivo, que puede crecer” y de repente todo eso que tenía suelto empieza a adquirir una lógica que tiene peso por el trabajo de creación y porque hay un equipo creativo que le genera raíz a ese sistema. ¡Jettatore!, un vodevil argentino, es como un rompecabezas con un montón de piecitas. Si una no está bien ubicada, se te cae. Tenés que manejar mucho el ritmo. Hay muchos momentos de escenas de a dos, de cuatro, de a seis. Y mi tarea es la de estar muy atenta a que el actor pueda estar, no tranquilo, porque la actuación no es un estado de tranquilidad, no debe serlo. Pero busco que el actor tenga el placer del juego y que no se limite.
Con respecto a la música, el vestuario y la iluminación de ¡Jettatore! ¿Cómo fue el trabajo con el equipo creativo?
Soy una directora que me involucro mucho y estoy casi obsesionada en el tiempo de creación. Me levanto a la madrugada a anotar ideas. Pero creo que es importante trabajar con un equipo para que las ideas crezcan. Nadia Krowicki trabajó en el vestuario y en la escenografía, Tomás Gimbernat en el diseño gráfico y Ezequiel Canosa en la música. A todos les marqué el tema del tiempo: no quería circunscribir esta versión al original, que se estrenó el 31 de marzo de 1904, ni a una época determinada. Me gustaba la idea de jugar con la ambigüedad aunque hay algunos elementos del vestuario que son viejos. El espacio es un espacio con tránsito, con vida, donde sucedieron muchas cosas. Eso es una decisión. Como imagen teníamos una casa en un pueblo medio detenido. Y el texto también está versionado para que sea actual pero sin despegarse de lo antiguo.
¡Jettatore! es uno de los clásicos del teatro argentino. ¿A qué le atribuís su vigencia? ¿Por qué es atractiva hoy?
Porque pone en juego la estupidez humana, la vulnerabilidad del hombre y, por otro lado, el ingenio del hombre para armar toda una situación de enredo y hacérsela creer al otro.
Laferrère la escribió muy bien y creo que la versión quedó fiel a eso. Y tiene personajes reconocibles con los que uno puede hacer espejo. Incluso uno puede ponerse en el lugar del antihéroe, aquel que es engañando.
En Llame Ya (2006), un espectáculo sobre el consumismo, dirigiste y también hiciste la dramaturgia ¿Cuál fue la imagen generadora?
El impulso más grande fue mi desesperación ante el consumo. Me aterra el lugar que adquieren los objetos en la vida de los seres humanos. Escribí una partitura general, no de gabinete. Fui trabajando para que los actores entren en el código de actuación que yo quería y, en paralelo, iba escribiendo. Eran escenas divididas con un hilo conductor que era el personaje del Hombre de blanco que representaba al consumismo y que manipulaba a la sociedad, que es lo que yo considero: que el consumismo nos maneja el deseo. Y una imagen que trabajé mucho es la de observar con una gran lupa lo que veía en ese momento en la sociedad. Con ese trabajo inauguramos la sala y estuvo mucho tiempo en cartel.
También Jirones de Historia (Apuntes para la memoria), obra sobre la Masacre de Trelew, lleva muchos años en escena…
Sí. Se estrenó el 22 de agosto del 2003 en el Teatro del Muelle. La escribió y la dirigió Carlos Ríos y yo me encargué del entrenamiento actoral. Con esa obra, nos pasó a la inversa que con otros espectáculos: queríamos hacer una sola función y nos la empezaron a pedir en escuelas y festivales. En Buenos Aires, la vieron las Madres de Plaza de Mayo. Y hacer ese espectáculo es muy singular porque con ese trabajo hemos logrado “no contar el cuentito”.
Es muy poético el trabajo de la actuación, casi no hay texto…
Es una dramaturgia de la actuación y la dirección. El equipo creativo estuvo integrado por
Demián Barry y Nora Bail, quien intervino con un texto maravilloso: “Los hijos parieron las madres. Las madres, locas, se negaron a esa razón de la muerte y crearon la más hermosa de las sinrazones”. En general, un espectáculo nos lleva entre nueve y doce meses y Jirones… lo sacamos en un mes y medio. Tiene que ver con haber llegado a Madryn y buscar la respuesta poética a esta locura que aconteció en nuestro país y de la que nadie habla. Una vez un Jurado nos dijo: “Es un trabajo donde se ve la urgencia de esos artistas queriendo decir eso”. Y está atravesado en nuestra familia porque nuestros hijos, Lautaro, Demián y Zoe, actuaron desde chicos en esa obra.
¡Jettatore! se estrenó en enero, se repuso en el 9º Teatrazo y en febrero vuelve a escena. ¿Por qué creés que le llega a los espectadores?
El ingenio, el humor y el amor son temas que llegan. También hay algo en el espectáculo creado por la Escalera, hay algo en las actuaciones muy poderoso que llega al espectador. Y con un marco que la gente agradece sentir todo el espectáculo, sin dejar nada librado al azar. >>