María Elena Walsh o la presencia de lo inexistente. «Yo nunca tuve edad. Por eso entonces/ crecí en la medida de mi muerte/ ante la certidumbre del dolor/ y la presencia de lo inexistente.” Los versos del poema “La Casa”, de María Elena Walsh, resuenan hoy, a cuatro años de su muerte, el 10 de enero de 2011. Nacida el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, Buenos Aires, murió a los 80 años tras padecer una larga enfermedad. Popularmente conocida como cantautora de música para niños, comenzó su carrera a los 17 años, cuando rompió la alcancía en forma de libro que le habían regalado sus padres y publicó “Otoño imperdonable”, poemario para adultos que fue elogiado por Jorge Luis Borges y Juan Ramón Jiménez, el autor de Platero y yo, quien la becó en Estados Unidos para perfeccionar su escritura. Ya entrados los `50, viajó a París y formó, con Leda Valladares, un dúo de música folclórica conocido como “Leda y María”.
De vuelta en Argentina, en 1962 estrenó “Canciones para Mirar” y “Doña Disparate y Bambuco”, en el Teatro San Martín, de Capital Federal, obras destinadas al público infantil que atrapó también a los jóvenes padres de los años ’60 (los mismos que leían a Cortázar y a Pizarnik). Es que la cantautora argentina vino a quebrar el esquema de literatura moralizante de la época, para abrirse a una producción vinculada al juego y al mundo de Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carrol. Inspirada en las canciones de la tradición oral inglesa que le cantaba su padre, María Elena Walsh se abrió a ese cancionero popular y a los juegos lingüísticos que caracterizan el non sense británico.
Palabras para los gobernantes: María Elena Walsh fue una de las tantas intelectuales comprometidas que por expresar su postura política durante la última dictadura militar, pasó a engrosar la lista de los cantautores prohibidos. Este hecho la llevó a publicar el artículo “Desventuras en el país jardín de infantes” en el que denuncia a la Junta Militar: “El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional”. Y compara a la Argentina de ese momento con la España franquista a la cual encontraba “peligrosamente parecida.”
A Eva Perón le dedicó un poema, años después de su muerte, publicado en Canciones contra el mal de ojo, que alude al entierro: “Se pintó la República de negro/ mientras te maquillaban y enlodaban/ En los altares populares, santa/ Hiena de hielo para los gorilas/ pero eso sí, solísima en la muerte./ Y el pueblo que lloraba para siempre/ sin prever tu atroz peregrinaje”. Y culmina en primera persona: “Con mis ojos la vi, no me vendieron/ esta leyenda, ni me la robaron. /Días de julio del ’52/ ¿Qué importa donde estaba yo?”.
Según su pareja, la fotógrafa Sara Facio, cuando María Elena compuso “Como la Cigarra” buscaba representar el lugar del artista con respecto al público que le daba la espalda. Sin embargo, la canción cobró otro significado, vinculado al exilio. Encerraba, eso sí, un sentimiento colectivo, comparable al de un sobreviviente de la guerra, donde la muerte juega un papel crucial, porque es la que permite la resurrección y en esa resurrección el gerundio, el seguir cantando, a pesar de lo que habían dejado los años de plomo. Inevitablemente, la canción se convirtió en un himno en contra de la represión. Porque la memoria ya no es un terreno baldío. Porque vida y obra no se pueden escindir cuando se recuerda a Walsh. Porque su música y su literatura son de esas que trascienden el tiempo, es que constituye en la actualidad un legado que su ausencia no puede (ni debe) soslayar. Y -como escribe en los últimos versos de “La casa”- “Porque no quiero ver anochecida/ mi propensión a los amaneceres”. Por Natalia Pascuariello.