Por Marcelo Ojeda. Como todos sabemos, el Tribunal Oral Nº 6 condenó a 50 años de prisión perpetua y absoluta al ex Presidente de facto Jorge Rafael Videla, y otras aglomeradas condenas a otros cuantos cómplices y artífices, durante el proceso, del Plan Sistemático de Robos de Bebés, que no viene al caso mencionar y que pueden encontrar en cuanta publicación grafica, radial, televisiva, o de la red, en los últimos dos días. Es que más que informativo, este humilde artículo (si así se lo puede considerar), podría encasillarse como de opinión. En este preciso caso he decidido mutar la característica frase nunca más. Es que en realidad, más que de hablar, hoy tengo ganas de decir. Decir, que para obtener noción siquiera de la dimensión de lo obtenido hay que sumirse profunda y ferozmente en el pasado, sumirse y ponerse en los zapatos de aquellas madres que sufrieron tamañas atrocidades. Si nosotros sufrimos con el llanto de nuestros hijos ante el acecho de alguna dolencia, imaginen el pavor y el desgarro (desarraigo) de aquellas mujeres que minimizando su segura muerte a un tercer plano, gemían ante la incertidumbre del desconocimiento; del destino de sus hijos, de su eterna ausencia: del ser engendrado.
No se trata solo de festejar como si se tratase de una mera y egoísta victoria. No solo se trata de quien gana la pulseada entre dictadores y subversivos (o subversivos mandato cumplido), es la democracia la que está de manifiesto, en manos de una de sus queridas hijas (la justicia), la que florece y reivindica a las víctimas del pasado (las madres) y las del presente (sus hijos) y las de los dos tiempos que son las abuelas. Que insistieron y persistieron. Que tras tantos años de reclamos y esfuerzo en común acuerdo (y muchos años en profunda soledad) con organizaciones de derechos humanos, victimas, familiares y el factor político y social, incidieron en que la justicia, después de 15 años de investigaciones efectuara las condenas pertinentes.
La apropiación de bebés, es decir la sustracción de menores, su retención, ocultamiento, supresión de sus identidades, con el correspondiente secuestro, cautiverio, muerte y o desaparición de sus madres es un acto que ni el más maquiavélico de los maleantes pudiese imaginar (mucho menos ejecutar). Excede ampliamente los cánones de tolerancia moral de una persona, de un pueblo, y cualquier castigo sabe a poco ante semejante atropello.
Finalmente una última observación. Debería servirnos de lección, medirnos con nuestros dichos y actos, que en ocasiones sin querer agravian a la democracia, e incitan a estos monstruos dormidos; hablo de los más grandes, los autores intelectuales y económicos que nunca dan la cara, que de igual manera que sus instrumentos, carecen de la peligrosa virtud de los maniáticos; el arrepentimiento. Por Marcelo Ojeda