Se llama Sealand y es una de las micronaciones más peculiares del mundo. Consiste en una plataforma fija en el mar del Norte, tiene “status” de Principado, y su superficie habitable es de 550 metros cuadrados. Según la legislación internacional, un estado nación se caracteriza por tener un territorio claramente definido, una población constante, si bien no fija, y un gobierno. Y esto es precisamente lo que consiguió a finales de los sesenta el inglés Roy Bates, militar retirado del ejército británico que tenía la intención de crear una radio. Tras ser declarado culpable por la ley de radiodifusión nacional, Bates, que también había sido pescador, trató de buscar su objetivo en ultramar, fuera de los límites jurisdiccionales de su país. Así es como llegó a la torre Roughs, una de las fortalezas Marinas Maunsell construídas por el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial para defender la zona del estuario del río Támesis de los ataques nazis y abandonada desde entonces. Concretamente la plataforma está situada en el mar del Norte, a unos diez kilómetros de la costa de Suffolk (aguas internacionales) y el protagonista no tardó en ocuparla reclamando su soberanía en base a una interpretación personal del derecho internacional. Ya con el proyecto de radio olvidado y asesorado por sus abogados, que no encontraron problemas para la auto soberanía de aquel territorio, Roy no tardó en rotular el nombre de su nuevo país en letras bien visibles: SEALAND, que a partir de entonces se convertía en un principado del que sería Príncipe, nombrando también a su esposa, Princesa de Sealand. Tampoco tardaría mucho en definir una bandera y escudo con el inspirador lema “E mare libertas” (Desde el mar, libres). Desde entonces Sealand ha mantenido diversos incidentes y conflictos diplomáticos como el ocurrido en 1968 cuando un barco que trataba de aproximarse fue expulsado por el hijo de Roy. Las autoridades británicas juzgaron a la familia pero la declararon inocente al no poder aplicarse las leyes del país en este territorio. El soberano continuó con su obsesión personal imprimiendo los primeros sellos, redactando su propia constitución y hasta emitiendo sus propios visados. Precisamente, uno de los primeros “extranjeros” que consiguieron adoptar la nacionalidad “sealandesa” fue el empresario alemán Alexander Achembach, que aprovechó uno de los viajes del príncipe, para dar un golpe, tomando como prisionero al hijo del soberano y proclamándose “primer ministro”.
Con este argumento tan desopilante, ya se pueden imaginar cual sería el movimiento de Roy Bates, que organizó un operativo armado y usando un helicóptero de asalto retomó su fortaleza, manteniendo a sus invasores cautivos y declarándolos prisioneros de guerra. Poco después los liberaría para no crear “ningún conflicto internacional”. Así es la historia de esa micro nación, que se usa como caso de estudio para conocer la forma en la que los principios de derecho internacional se pueden aplicar a un territorio en disputa. Actualmente, Sealand se encuentra en venta. Las últimas versiones afirman que piden 65 millones de libras esterlinas. Fuente: Carlos Suasnavas – Sentado frente al mundo