TANGO: SOLO PARA ENTENDIDOS

Por Juan Carlos Perucca. EL TANGO Y LOS ITALIANOS: Un aspecto que podría llamar la atención de quienes no están al tanto de ciertas características que hacen a nuestra idiosincrasia, lo constituyen las numerosas citas sobre inmigrantes italianos que aparecen en las letras de nuestra música ciudadana. Sobre este particular, tan grato a nuestro sentir de argentino con sangre peninsular, podemos traer a colación versos tan hermosos como los que grabara Carlos Gardel en 1926, cuya estrofa central nos dice: «Pero hay en las noches de aquella cantina,/ como un pincelazo de azul en el gris/ la alegre de una ragazzina,/ más brava y ardiente que el ron y que el grin./ Más brava cien veces que el mar y que el viento,/ porque en toda ella como un fuego son/ el vino de Capri y el sol de Sorrento/ que quema en sus ojos y embriaga en su voz» (Aquella cantina de la Ribera). Pero la máxima vinculación entre nuestro tango y los inmigrantes la planearon Nicolás Olivari y Cátulo Castillo con el tango «La Violeta», de igual nombre que un canto popular de las provincias alpinas, que siempre me trae recuerdos de cuando era niño y al atardecer nos asomábamos a un bar de la esquina de Alvear y Buenos Aires, de cuyas rejas nos colgábamos para oír cantar a los viejos piamonteses, que llevaban el ritmo golpeando el puño sobre la mesa y haciendo peligrar los vasos de «bon vin cartun», tal como dice el tango en una exacta recordación: «Con el codo en la mesa mugrienta/ y la vista clavada en un sueño,/ piensa el tano Domingo Polenta/ en el drama de su inmigración/. Y en la sucia cantina que canta/ la nostalgia del viejo paese,/ desafina su ronca garganta/ ya curtida de vino carlón», grabado por Carlos Gardel en 1930, y más recientemente por Roberto Goyeneche. No puedo evitar que la emoción me humedezca los ojos cada vez que escucho este tango y me lleguen en malón tantos recuerdos de mi niñez rafaelina, más intensos por tener familiares de apellidos Polenta. También en 1930 grabó Gardel «Giuseppe el zapatero», con un argumento que después sirvió de tema a una excelente película de Enrique Muiño, «M`hijo el Doctor». Otros tangos más nuevos que insisten sobre este tema tan caro a nuestra sangre son «Canzonetta», con muy buenas grabaciones por R. Lezica, H. Mauré, A. Marino y J. Falcón, y «La cantina», destacada por Edmundo Rivero en una brillante interpretación. Destacados autores. Sin embargo, esta insistencia del tango sobre la inmigración italiana, no debiera llamarnos la atención si nos detenemos a revisar los antecedentes de quienes han sido principales y destacados autores e intérpretes de nuestra música ciudadana más emblemática. A riesgo de olvidar algunos nombres, podemos citar algunos casos que se destacan por la importancia de su relación con el tango. Así vemos que Alberto Marino, en realidad Mariano, e Ignacio Corsini, eran ambos sicilianos, nacidos en Palermo y en Catania respectivamente. A su vez, otro cantor famoso, Antonio Maida, había nacido en Catanzaro. Según José Gobello, el apodo «Pichuco» con que desde muy niño se lo distinguió a Aníbal Troilo, probablemente viniera del término «picciuso, que en napolitano significa «llorón», dado su infancia transcurrida en un ambiente de inmigrantes de ese origen.
De igual modo, Homero Manzi era Manzione Prestera; mientras Alberto Castillo se apellidaba De Lucca y Julián Centeya era legalmente Amleto Vergiati, parmesano de nacimiento. También Luis C. Amadori había nacido en Italia, en este caso en Pescara, sobre el Adriático, mientras que el más grande renovador moderno del tango, Astor Piazzolla Manetti, aporta a nuestro tema, apellidos que hacen innecesario aclarar su origen familiar.
Julio de Caro, quién según todos los expertos fue el iniciador de la principal revolución estética del tango, cimentando el tránsito entre la llamada Guardia Vieja y su continuadora natural, la Guardia Nueva, era hijo de una familia de inmigrantes italianos. También hijos de matrimonios italianos llegados poco antes al país, fueron Pedro Mafia, Enrique Santos Discépolo, Enrique Cadícamo, Piero Hugo Fontana (más conocido como Hugo del Carril), Carlos Di Sarli, Agustín Magaldi, A. le Pera, Sofía Bergero (conocida como Bozán), Anselmo Aieta, Juan de Dios Filiberto (en realidad Filiberti), etc, etc. Otros ejemplos que no requieren mayores comentarios lo constituyen Ada Falcón, en realidad Falcone, mientras Héctor Mauré se llamaba Vicente Falivene, Carlos Dante era Dante Testori, y así podemos continuar con los apellidos de neto origen itálico que jerarquizaron el tango, como Fresedo, Pugliese, Fiorentino, J. Lomio (más conocido como Angel Vargas) Demare, D`Arienzo, De Angelis, D`Agostino, De Bassi, Tanturi ;la más importante «partenaire» del famoso «Cachafaz» Bianquet, apodada Carmencita Calderón, se llamaba en realidad Carmen Risso, mientras la conocida Beba Bidart era Renée Schianni. Todos apellidos «gringos» que mostraron con sobrada e indiscutible claridad la firme y directa vinculación que se fue gestando desde comienzos del siglo pasado nuestra música nacional. De modo tangencial, pero de notoria importancia por su significado social, corresponde mencionar que fue el Barón Antonio De Marchi, un ilustre piamontés de Novara, quien abrió a nuestro tango los salones de la entonces excluyente aristocracia porteña. Hasta ese momento los tangueros estaban limitados a la periferia de Buenos Aires, a los ambientes orilleros ante cuyo recuerdo hoy nos resultan tan pintorescos, con los compadritos de chambergo y pañuelo al cuello, que hoy se repiten caracterizados «for export» en la Boca y otros barrios porteños. Ante esta frondosa cantidad de autores e intérpretes de sangre italiana que tanto hicieron por nuestra música nacional, hoy reconocida y gustada en todo el mundo, al extremo de que son llamativamente numerosos los turistas que llegan al país con el objetivo central de aprender a bailar tango, no nos debe resultar extraño que se destaque en las letras aquello de «La Boca, callejón, Vuelta de Rocha, bodegón, Genaro y su acordeón… Soñé Tarento con 100 regresos, pero sigo aquí en la Boca… Será el alma de mi Mamma, que dejé cuando era un niño…». Por Juan Carlos Perucca.