POR ITALO CARRIZO, MIEMBRO DEL SINDICATO ARGENTINO OBREROS NAVALES, 17 DE NOVIEMBRE DE 1972 REGRESO DE PERÓN

La lluvia se precipitaba con una intensidad desusada sobre la capital de los argentinos. El mítico avión del regreso correteaba sobre una de las pistas de Ezeiza. No era negro como lo había imaginado la fantasía popular. Era el viernes 17 de Noviembre de 1972. El gobierno de Lanusse lo había proclamado feriado. Una multitud, difícil de dimensionar, pugnaba por llegar al aeropuerto. Los tanques y él ejercito obstaculizaban el propósito. Un sueño imaginado por millones de argentinos se estaba concretando. Después de 18 años, el General Perón volvía a su Patria, cambiando el destino inexorable que lo condenaba, como a San Martín y Rosas, entre otros, a morir en el exilio. Perón, el hombre del destino, volvía a su tierra con el íntimo deseo de ser testigo del alumbramiento de la Nación Argentina, engendrada hacía ya más de dos siglos atrás. Los peronistas que cruzaban el río Matanzas, para protagonizar un hecho histórico, tan deseado como impensable, no iban solos. Los acompañaba la historia y los ausentes. Los que habían caído en la Resistencia, en las tomas de fábricas. Los que habían protagonizado las huelgas y el voto en blanco en las horas oscuras de la prescripción. Los que se habían lavado » las patas en la fuente «, en el histórico 17 de Octubre de 1945. Los que pintaban con carbón en las paredes la P con la V de Perón vuelve. Los que no olvidaban que el hombre que estaba por descender del avión, era el que los había valorado como trabajadores, el de las vacaciones y el aguinaldo, el de las obras sociales sindicales, el que había conseguido para los asalariados una participación en el ingresos del 50 %. Los que habían obtenido el primer colchón, los primeros juguetes, la primera casa, o la maquina de coser. Los que habían engarzado una lealtad inexpugnable a prueba de diatribas, de ausencia y de distancias. Los que, con él y Evita habían recuperado su dignidad. El cielo gris ocultaba el sol que alumbraba la alegría de los peronistas y de otros que sin entender demasiado participaban abiertamente de ella. Ese 17 de Noviembre terminaba una larga pulseada protagonizada por Perón y Lanusse. Una apasionante partida de ajedrez, decían los liberales. El Presidente militar, un gorila de la primera hora, que había estado cuatro años con el traje a rayas en Rawson, era un hombre medianamente inteligente y audaz. La agitación social que conmovía a la Argentina, no podía solucionarse con la proscripción. Había que negociar con el exiliado en Madrid, que había dado muestras acabadas de ser el Jefe del Movimiento Nacional. Se le devolvieron el uniforme de General, los salarios caídos y el cuerpo sagrado y ultrajado de Evita. Se le propuso el GAN (Gran Acuerdo Nacional) Luego que ambos – Perón y Lanusse – renunciaran a sus aspiraciones presidenciales. El ex presidente le respondió con ironía: «Que Lanusse renuncie a la presidencia, es lo mismo que yo renuncie al trono de Inglaterra”. Alejandro Agustín Lanusse lo provocó con aquella frase histórica: » Perón no viene porque no le da el cuero”. Cuando «El Cano» tenía que conjurar las críticas de su frente interno, profundamente antiperonista, afirmaba «Nosotros no llevamos la espada de adorno». Perón le respondía: «Tiene razón el General Lanusse, no es la espada lo que tienen de adorno, es la cabeza”. Días antes, el día del maestro, Lanusse rinde homenaje con un discurso “a ese insigne educador que fue Don Juan Domingo Sarmiento”. Pero todo eso era historia ese 17 de Noviembre. La lluvia se confundía con las lágrimas peronistas. La histórica foto de Rucci, el secretario general de la CGT, exultante con el paraguas protegiendo al recién llegado, al pié del avión, expresaba parte de la alegría y la lealtad del Pueblo en ese día. “Me cuesta comprender las causas por las cuales los argentinos no pueden llegar, con un objetivo común, a las soluciones que el país y el pueblo reclaman. La normalización institucional de que se ha hablado, no puede tener inconvenientes, si se la trata y establece de buena fe con la suficiente grandeza y sin intereses bastardos que la interfieran.”, había dicho Perón antes de su regreso. Y agregaba también: “Ello me ha impulsado a retornar a la Patria, después de dieciocho años de ostracismo, por si mi presencia allí puede ser prenda de paz y entendimiento, factores que según veo, no existen en la actualidad. Pienso que la situación del país bien impone cualquier sacrificio de sus ciudadanos, si con ello se crea el más leve resquicio de soluciones.” “Vuelvo al país, después de dieciocho años de exilio, producto de un revanchismo que no ha hecho sino perjudicar gravemente a la Nación. No seamos nosotros colaboradores de tan fatídica inspiración.” ….“Nunca hemos sido tan fuertes. En consecuencia ha llegado la hora de emplear la inteligencia y la tolerancia, porque el que se siente fuerte suele estar propicio a prescindir de la prudencia.” “El pueblo puede perdonar porque en él es innata la grandeza. Los hombres no solemos estar siempre a su altura moral, pero hay circunstancias en que el buen sentido ha de imponerse. La vida es lucha y renunciar a ésta es renunciar a la vida; pero, en momentos como los que nuestra Patria vive, esa lucha ha de realizarse dentro de una prudente realidad. Agotemos primero los módulos pacíficos, que para la violencia siempre hay tiempo.” Millones seguían los hechos por la radio y la televisión blanco y negro, dueños de una gama de sentimientos que iban desde el llanto hasta la emoción incrédula. Habían transcurrido 17 años y medio desde que el golpe oligárquico lo desalojó del poder y 15 horas de vuelo desde Roma, incluida una escala en Dakar. Cuando Juan Domingo Perón aterrizó en Ezeiza, hace hoy treinta y ocho años, encontró un país con el corazón en la boca, casi tan tenso y expectante –aunque de signo contrario- como el que se había grabado en su retina la desierta mañana del martes 20 de septiembre de 1955 mientras se dirigía en un Cadillac hacia la cañonera paraguaya. El exilio de 6.268 días acababa de terminar. Y ahora “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”. Para el general, y para millones de peronistas, se había cumplido un inmenso milagro: aquel viernes 17, a las 11.15, cuando bajaba rozagante con sus 77 años a cuestas, la escalerilla del DC-8, resultaba imposible no advertir la consumación, al fin, de un mito fabuloso repetido mil veces en la consigna PERÓN VUELVE. SINDICATO ARGENTINO OBREROS NAVALES. ITALO CARRIZO.