“OK” EN LUGAR DE “ME PARECE BIEN” O “ESTOY DE ACUERDO”

Con “Ta bueno” reemplazamos “Qué interesante lo que decís” o “¡Qué paisaje hermoso!”
Usamos “¿Por?” para decir “¿Por qué pensás de esa manera?”  o “¿Qué motivo tenes para oponerte?”
Utilizamos “Todo bien”  para expresar “Aunque no pienso como vos estoy dispuesto a ceder.

” O “Me interesa  más nuestra amistad que este desacuerdo intrascendente”.
Es evidente que día a día nuestro lenguaje se reduce más y más.  Seguramente  es más económico en cuanto al tiempo utilizado en la conversación.  También reconozco que las expresiones que suplantan a las frases son sumamente gráficas, sintéticas y prácticas,  pero siento que algo se pierde en el camino…
Alguna vez leí que las personas “pensamos en el lenguaje”. Y recuerdo que el concepto me impactó y me instó (y me insta aún) a seguir pensando en él.
Cuando aprendemos a hablar, comenzamos a reconocer el medio poniéndole nombre a las cosas. Primero a las que vemos, tocamos, reconocemos materialmente en nuestro entorno. Poco después a los afectos. A las necesidades. Gradualmente el lenguaje nos permite expresar  representaciones,  objetos simbólicos, sentimientos, placeres, displaceres, contradicciones…
Hablar, expresarnos, comunicarnos nos socializa, nos permite explicarnos, entender al otro, descargar nuestro enojo, nuestro arrepentimiento, convencer  de nuestro amor…
Pero en especial -y muy eficazmente- el lenguaje “pensado” nos aclara ideas, nos pone en eje, nos alivia inquietudes, ¡o nos problematiza! Pensando “con” el lenguaje reflexionamos, sacamos conclusiones, inventamos, imaginamos situaciones, encontramos respuestas … ¡y así hasta el infinito!
Es evidente la directa relación del pensamiento con el lenguaje. Por tanto la ecuación es clara: “más rico es el pensamiento, más rico debe ser el lenguaje que lo represente”, por tanto: “cuanto más rico es el lenguaje, más rico puede ser el pensamiento”. La abundancia de conceptos representados por nuestra lengua (que por otra parte es una de las más ricas del mundo) nos debiera permitir enriquecer permanentemente nuestro pensamiento.
En este punto me pregunto: ¿Qué pasa con este pensamiento cuando se reduce notablemente la expresión hablada? ¿Algún mecanismo remoto de defensa protegerá nuestro intelecto, nuestra inteligencia? ¿O simplemente estaremos perdiendo, sin advertirlo, la posibilidad del pensamiento junto con la pérdida del lenguaje?
Personalmente a veces me esmero, durante alguna conversación, en enriquecer mis párrafos, cuidando de no excederme, con sinónimos, con ejemplos, adjetivando … y el resultado es positivo. Veo que mi interlocutor se interesa en la conversación. Casi diría que se logra un clima de serenidad, de distención. Como si hiciéramos de cuenta que tenemos todo el tiempo del mundo.
Y ahora pienso que la clave está en eso… ¡en el tiempo!  Vivimos apurados, corremos todo el día y pensamos que el día no nos alcanza.
La ansiedad no nos permite, ni siquiera, detenernos a conversar unos minutos. Lo consideramos, casi inconscientemente, una pérdida de tiempo.  Apuramos el trámite… sintetizamos, concretamos rápidamente, concluimos en forma práctica una conversación, porque tenemos que seguir con otras cosas más importantes.
Quizás este es el origen de los nuevos “cuasi apócopes” que usamos para comunicarnos: ok … ta … todo bien …
¡Si hasta los nombres se acortaron fatalmente! Ya no sobreviven ¡ni los sobrenombres! Antes las Vivianas podían ser Vivis. ¡Ahora, entre los adolescentes, son Vi! … Las Lucianas eran Luci. ¡Ahora son Lu! …Los Santiagos, ¡San! … Los Federicos, ¡Fe!
Sabemos que las sociedades son dinámicas, que es imposible negarse a los cambios, que estos cambios hacen que la humanidad progrese, que si no fuera así,  seguiríamos en la época de las cavernas…
Sin embargo, no puedo menos que inquietarme con este tema del lenguaje. ¿A usted no le pasa?. Por MAB.